miércoles, 4 de enero de 2017

LEYES DURAS: ¿BUENO O MALO?

         
Desde hace ya varias décadas, la sociedad argentina viene siendo asolada por el aumento año tras año de la delincuencia, la criminalidad, el tráfico de drogas y la corrupción. Como consecuencia lógica de tal situación, una gran parte de la población exige a las autoridades protección y terminar con la impunidad.


     Sin embargo la realidad y los datos estadísticos muestran que en lugar de revertirse tal situación, todo sigue empeorando hasta el punto de forzar a la población a tener que ejercer la legítima defensa procurando salvaguardar su propia vida, la de sus familias y sus bienes. Evidentemente la justicia por “mano propia” no es ni puede ser la solución en una sociedad civilizada  o que pretenda serlo, de continuar ésta tendencia las calles de las ciudades se convertirían en el “Viejo Oeste” donde sólo impera la ley del más fuerte.


          En algún artículo anterior se expuso claramente los peligros que acarrea la falta de justicia, la impunidad, la delincuencia, la violencia, el narcotráfico y la corrupción para la sociedad. En definitiva la ausencia del Estado y el hecho de no tomar medidas drásticas por parte del mismo para erradicar tales males conduce inexorablemente a la desintegración social.
En el contexto actual, y como lo propone gran parte de la sociedad; ¿es irracional plantear el endurecimiento de las penas e incluso llegar en determinados casos a aplicar la pena de muerte?.

          Pues bien, en primer lugar hay que decir que es un debate que debe darse en el seno de la sociedad, pero, todo forma parte de un debate mucho más profundo que tiene que ver con la concepción política sobre qué modelo de país se quiere dejar a las futuras generaciones y, a partir de allí, entonces, una profunda reforma jurídica. Debe comprenderse claramente que todas las esferas del Estado deben modificarse, es decir, la seguridad, la salud, la educación, etc., de lo contrario no se obtendrá el efecto deseado.

          La pena de muerte desde el punto de vista filosófico o religioso, es algo no sólo aceptado, sino también, justo y sano para cualquier sociedad. Pensadores, filósofos y teólogos a lo largo de la historia han tomado posición respecto a la aplicación de la pena de muerte, desde Platón, San Pablo, Santo Tomas de Aquino, San Alfonso María de Ligorio, Inocencio III, San Pío X, etc., son algunos de los filósofos y teólogos que en determinadas circunstancias justifican la aplicación de la pena de muerte. La Tradición de la Iglesia es muy clara; el Estado tiene el derecho, si lo estima oportuno, de dar muerte a los criminales, que tras un juicio justo, son declarados culpables de ciertos crímenes gravísimos que ponen en peligro la convivencia pacífica del pueblo.

          Solo para ejemplificar y de manera breve, respecto de la pena de muerte algunos filósofos y teólogos sostienen lo siguiente:

Platón: Considera que, cumpliendo su pena, el alma del reo se volverá mejor, y que este es el objetivo del castigo. Sin embargo, habrá casos en los que hombres malvados irrecuperables cometan graves crímenes contra los dioses, sus padres o la ciudad. Para estos no cabe otra pena que la muerte, “el menor de los males”. Por un lado, servirá para mantenerle apartado de males peores y, por otro, se convertirá en ejemplo para el resto.
San Pablo: En su Carta a los Romanos: “…Porque la autoridad es un instrumento de Dios para tu bien. Pero teme si haces el mal, pues no en vano lleva espada: es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal...” (Romanos 13:4).
San Agustín: En su Obra “La Ciudad de Dios” expresa: “…Agente que ejecuta la sentencia no comete homicidio; es tan solo un instrumento, como una espada en la mano, y por tanto de ninguna manera es contrario al Mandamiento “no matarás” luchar en una guerra justa o que los representantes de la autoridad pública den muerte a criminales…”.
Santo Tomás de Aquino: en un pasaje de su Obra “Summa Theologica” expresa: “…Todo poder correctivo y sancionario proviene de Dios, quien lo delega a la sociedad de hombres; por lo cual el poder público está facultado como representante divino, para imponer toda clase de sanciones jurídicas debidamente instituidas con el objeto de defender la salud de la sociedad. De la misma manera que es conveniente y lícito amputar un miembro putrefacto para salvar la salud del resto del cuerpo, de la misma manera lo es también eliminar al criminal pervertido mediante la pena de muerte para salvar al resto de la sociedad…”.
 Juan Pablo II: La primera edición provisional salió en 1992. En ella, en el artículo 2266, se pudo leer la doctrina tradicional, que decía: “…La legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de castigar a los malhechores mediante penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, la pena de muerte. La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa…”.

          Podríamos adjuntar muchas obras y pensamientos más, pero, estimo que las aquí expuestas sirven a los efectos de ilustrar que la pena de muerte o pena capital está contemplada desde la perspectiva de la moral cristiana en determinadas circunstancias.


          Ahora bien, en definitiva, no se trata de si la aplicación de la pena de muerte va en contra de los principios filosóficos, morales o religiosos, más allá de las posturas y doctrinas jurídicas abolicionistas que en las últimas décadas han ido ganando terreno, la discusión no pasa por la “justificación” de la instauración de la pena de muerte. En realidad, el problema central, específicamente en la Republica Argentina, pasa por el hecho de que concederle al Estado el “poder” de determinar la vida o la muerte, en la realidad actual, significaría que todos y cada uno de los ciudadanos estaríamos verdaderamente en peligro.

¿Por qué sería peligroso en el contexto actual implementar la pena de muerte?. La respuesta además de obvia es muy simple; el sistema jurídico, el aparato judicial no sólo es ineficiente, sino que, además es tremendamente corrupto, siendo en muchos casos serviles al poder político de turno. Por lo tanto, no puede ni siquiera pensarse en la pena de muerte si antes no se depura y se instaura un sistema judicial independiente donde los jueces también deban rendir cuentas de sus actos. Una vez que se pueda realizar dicha reforma, se podrán endurecer las penas y si fuera el caso, analizar y debatir la instauración de la pena capital.

         
Un elemento a tener en cuenta es saber si modificar las leyes y tener un sistema judicial donde las penas sean más duras, con castigos y premios ejemplificadores podría conducirnos a una sociedad mejor. Pues bien, en este punto, habrá quienes piensen que efectivamente ello conduce a una mejor sociedad y por supuesto detractores.

          En tal sentido, deberíamos exponer algún caso, observar las estadísticas y que cada ciudadano saque sus propias conclusiones.

       
Quizás, el caso más paradigmático sea en la actualidad el de la República de Singapur, cuya forma de gobierno es una República Parlamentaria. Actualmente goza de una calidad de vida mejor que países como Suiza, Estados Unidos, Gran Bretaña, Arabia Saudita, España o Israel. Cuenta con los mejores centros educativos de Asia, y sus estudiantes por regla general hablan tres idiomas, Su Universidad Nacional ocupa el lugar número 30 entre las mejores universidades del mundo, según el Suplemento de Educación Superior del Times de Londres, comparativamente, la mejor universidad de América Latina en ese ranking es la Universidad Nacional Autónoma de México, que ocupa el lugar 150. Esta nación cuenta con una fuerza laboral de las más calificadas, y muchas empresas extranjeras operan desde ahí por su seguridad y productividad.

          Pero Singapur no siempre fue así, era una de los países más violentos del mundo, ocupaba uno de los lugares con el más alto índice de criminalidad, siendo uno de los países de mayor tráfico de drogas, lo cual era el pan de todos los días. Había impunidad y malos manejos del gobierno. Las mujeres no podían salir de su casa por miedo a ser abusadas sexualmente y después asesinadas. Era una ciudad sin orden y con un gran índice de tráfico de influencias, eso sin contar que era denominada una de las ciudades más sucias de Asia y con un tremendo desorden vial. Incluso a partir del año 2000, el terrorismo apareció y los homicidios eran uno de los mayores problemas de inseguridad que tenía esa sociedad.

          En el año 2004 ganó las elecciones Lee Hsien Loong asumiendo como Primer Ministro y como presidente Tony Tan Keng Yam, a partir de ese momento la situación cambio radicalmente, ya que comenzaron a introducir una serie de reformas que hoy en día la sitúan como uno de los países mas prósperos, seguros y desarrollados del mundo.

          Hasta hace 10 años, había 500.000 presos sobre una población de alrededor de cinco millones de habitantes, en seis meses, hoy sólo quedaban 50. Todos los criminales confesos y probados fueron fusilados. Toda figura pública corrupta (políticos, policías, militares, etc.) fueron fusilados (con pruebas solidas que los involucraba), Los empresarios corruptos fueron fusilados o huyeron rápidamente del país, los drogadictos que dormían en las calles huyeron del país vía Malasia so pena de trabajos forzados o serían fusilados.

          Después de haber realizado la limpieza en el país, se reorganizó el sistema político, judicial y penal y se convocó a elecciones. El primer ministro se postuló como candidato a la presidencia y ganó las elecciones con casi el 100% de los votos.

          A todo aquel viajero que visita Singapur, al aterrizar en sus aeropuertos, el documento de desembarque tiene una leyenda en letra roja bastante grande y una explicación sobre la pena de muerte vigente en el país por posesión de drogas. Con cero tolerancias, el poseedor de droga es fusilado o condenado a cadena perpetua con trabajos forzados. Incluso en los hoteles, existen unas “Guías de la Ciudad”, y entre otras cosas explica que la policía de Singapur garantiza la integridad física de cualquier mujer durante 24 horas al día, pues anteriormente, en Singapur, se vivía sin ley ni orden, y las mujeres solas eran violadas o asesinadas con frecuencia.

          En el año 2010, sucedió un hecho que demuestra que no solo son castigos ejemplares los que se aplican en Singapur, sino que, los premios también son ejemplificadores. Una mujer fue perseguida por la policía desde su casa hasta el trabajo, cuando llegó, la policía le indico que se detuviera. Uno de los policías llegó a la ventanilla de su coche y le dijo: “…Como usted sabe señora, estamos haciendo una campaña de civismo en el tránsito. Los infractores reciben una multa y damos bonificaciones a los que se conducen correctamente. Durante todo el trayecto la señora no cometió ninguna infracción…”. El policía la felicitó y entrego un cheque equivalente US$ 78 y pidió a la señora que firmara el recibo.

Otros datos estadísticos a nivel macro, se pueden analizar en http://www.datosmacro.com/paises/comparar/argentina/singapur

          Evidentemente, los cambios se producen cuando existe la voluntad política para que ello suceda. Cualquier país de Latinoamérica puede aspirar a una mejor calidad de vida, la pregunta es ¿Nuestros políticos desean una sociedad mejor?. Los Romanos nos legaron una máxima jurídica que parecen haber olvidado muchos “Dura Lex, Sed Lex”.


“…Nuestra sociedad rehúye el esfuerzo como el más horrendo de los espectros. Facilidad e inmediatez son las únicas vías usadas, y los resultados, desgraciadamente, son bien visibles. La que vemos a nuestro alrededor es una sociedad frágil, enferma, indefensa, en profunda decadencia. Una civilización que cede a todas las tentaciones, excepto a la del esfuerzo. Y, sin embargo, el esfuerzo es la esencia misma de nuestra vida y de todas las criaturas. Sin esfuerzo no hay construcción. Sin construcción, no hay sentido…”. Susanna Tamaro.

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