Sin embargo la realidad y
los datos estadísticos muestran que en lugar de revertirse tal situación, todo
sigue empeorando hasta el punto de forzar a la población a tener que ejercer la
legítima defensa procurando salvaguardar su propia vida, la de sus familias y
sus bienes. Evidentemente la justicia por “mano
propia” no es ni puede ser la solución en una sociedad civilizada o que pretenda serlo, de continuar ésta
tendencia las calles de las ciudades se convertirían en el “Viejo Oeste” donde sólo impera la ley del más fuerte.
En algún artículo anterior
se expuso claramente los peligros que acarrea la falta de justicia, la impunidad,
la delincuencia, la violencia, el narcotráfico y la corrupción para la
sociedad. En definitiva la ausencia del Estado y el hecho de no tomar medidas drásticas
por parte del mismo para erradicar tales males conduce inexorablemente a la desintegración
social.
En el contexto actual, y
como lo propone gran parte de la sociedad; ¿es irracional plantear el
endurecimiento de las penas e incluso llegar en determinados casos a aplicar la
pena de muerte?.
Pues bien, en primer lugar
hay que decir que es un debate que debe darse en el seno de la sociedad, pero,
todo forma parte de un debate mucho más profundo que tiene que ver con la concepción
política sobre qué modelo de país se quiere dejar a las futuras generaciones y,
a partir de allí, entonces, una profunda reforma jurídica. Debe comprenderse
claramente que todas las esferas del Estado deben modificarse, es decir, la
seguridad, la salud, la educación, etc., de lo contrario no se obtendrá el
efecto deseado.
La pena de muerte desde el
punto de vista filosófico o religioso, es algo no sólo aceptado, sino también, justo
y sano para cualquier sociedad. Pensadores, filósofos y teólogos a lo largo de
la historia han tomado posición respecto a la aplicación de la pena de muerte,
desde Platón, San Pablo, Santo Tomas de Aquino, San Alfonso María de Ligorio,
Inocencio III, San Pío X, etc., son algunos de los filósofos y teólogos que en
determinadas circunstancias justifican la aplicación de la pena de muerte. La
Tradición de la Iglesia es muy clara; el Estado tiene el derecho, si lo estima
oportuno, de dar muerte a los criminales, que tras un juicio justo, son
declarados culpables de ciertos crímenes gravísimos que ponen en peligro la
convivencia pacífica del pueblo.
Solo para ejemplificar y de
manera breve, respecto de la pena de muerte algunos filósofos y teólogos sostienen
lo siguiente:
Platón: Considera
que, cumpliendo su pena, el alma del reo se volverá mejor, y que este es el
objetivo del castigo. Sin embargo, habrá casos en los que hombres malvados
irrecuperables cometan graves crímenes contra los dioses, sus padres o la
ciudad. Para estos no cabe otra pena que la muerte, “el menor de los
males”. Por un lado, servirá para mantenerle apartado de males peores y,
por otro, se convertirá en ejemplo para el resto.
San
Pablo: En su Carta a los Romanos: “…Porque la autoridad es un instrumento de Dios para tu bien. Pero teme
si haces el mal, pues no en vano lleva espada: es un servidor de
Dios para hacer justicia y castigar al que obra mal...” (Romanos
13:4).
San Agustín: En su Obra “La Ciudad de Dios” expresa: “…Agente que
ejecuta la sentencia no comete homicidio; es tan solo un instrumento, como una
espada en la mano, y por tanto de ninguna manera es contrario al Mandamiento
“no matarás” luchar en una guerra justa o que los representantes de la
autoridad pública den muerte a criminales…”.
Santo Tomás de Aquino: en un pasaje de su Obra “Summa Theologica”
expresa: “…Todo poder correctivo y sancionario proviene de Dios, quien lo
delega a la sociedad de hombres; por lo cual el poder público está facultado
como representante divino, para imponer toda clase de sanciones jurídicas
debidamente instituidas con el objeto de defender la salud de la sociedad. De
la misma manera que es conveniente y lícito amputar un miembro putrefacto para
salvar la salud del resto del cuerpo, de la misma manera lo es también eliminar
al criminal pervertido mediante la pena de muerte para salvar al resto de la
sociedad…”.
Juan Pablo II:
La primera edición provisional
salió en 1992. En ella, en el artículo 2266, se pudo leer la doctrina
tradicional, que decía: “…La legítima autoridad pública tiene el derecho y el
deber de castigar a los malhechores mediante penas proporcionadas a la gravedad
del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, la pena de muerte.
La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por
la culpa…”.
Podríamos adjuntar muchas
obras y pensamientos más, pero, estimo que las aquí expuestas sirven a los efectos
de ilustrar que la pena de muerte o pena capital está contemplada desde la perspectiva de la moral cristiana en determinadas circunstancias.
Ahora bien, en definitiva,
no se trata de si la aplicación de la pena de muerte va en contra de los
principios filosóficos, morales o religiosos, más allá de las posturas y
doctrinas jurídicas abolicionistas que en las últimas décadas han ido ganando
terreno, la discusión no pasa por la “justificación”
de la instauración de la pena de muerte. En realidad, el problema central, específicamente
en la Republica Argentina, pasa por el hecho de que concederle al Estado el “poder”
de determinar la vida o la muerte, en la realidad actual, significaría que
todos y cada uno de los ciudadanos estaríamos verdaderamente en peligro.
¿Por qué sería peligroso en
el contexto actual implementar la pena de muerte?. La respuesta además de obvia
es muy simple; el sistema jurídico, el aparato judicial no sólo es ineficiente,
sino que, además es tremendamente corrupto, siendo en muchos casos serviles al
poder político de turno. Por lo tanto, no puede ni siquiera pensarse en la pena
de muerte si antes no se depura y se instaura un sistema judicial independiente
donde los jueces también deban rendir cuentas de sus actos. Una vez que se
pueda realizar dicha reforma, se podrán endurecer las penas y si fuera el caso,
analizar y debatir la instauración de la pena capital.
En tal sentido, deberíamos exponer
algún caso, observar las estadísticas y que cada ciudadano saque sus propias
conclusiones.
Pero Singapur no siempre fue
así, era una de los países más violentos del mundo, ocupaba uno de los lugares
con el más alto índice de criminalidad, siendo uno de los países de mayor
tráfico de drogas, lo cual era el pan de todos los días. Había impunidad y
malos manejos del gobierno. Las mujeres no podían salir de su casa por miedo a
ser abusadas sexualmente y después asesinadas. Era una ciudad sin orden y con
un gran índice de tráfico de influencias, eso sin contar que era denominada una
de las ciudades más sucias de Asia y con un tremendo desorden vial. Incluso
a partir del año 2000, el terrorismo apareció y los homicidios eran uno de los
mayores problemas de inseguridad que tenía esa sociedad.
En el año 2004 ganó las
elecciones Lee Hsien Loong asumiendo como Primer Ministro y como presidente
Tony Tan Keng Yam, a partir de ese momento la situación cambio radicalmente, ya
que comenzaron a introducir una serie de reformas que hoy en día la sitúan como
uno de los países mas prósperos, seguros y desarrollados del mundo.
Hasta hace 10 años, había
500.000 presos sobre una población de alrededor de cinco millones de habitantes,
en seis meses, hoy sólo quedaban 50. Todos los criminales confesos y probados
fueron fusilados. Toda figura pública corrupta (políticos, policías, militares,
etc.) fueron fusilados (con pruebas solidas que los involucraba), Los
empresarios corruptos fueron fusilados o huyeron rápidamente del país, los
drogadictos que dormían en las calles huyeron del país vía Malasia so pena de
trabajos forzados o serían fusilados.
Después de haber realizado
la limpieza en el país, se reorganizó el sistema político, judicial y penal y
se convocó a elecciones. El primer ministro se postuló como candidato a la
presidencia y ganó las elecciones con casi el 100% de los votos.
A todo aquel viajero que
visita Singapur, al aterrizar en sus aeropuertos, el documento de desembarque
tiene una leyenda en letra roja bastante grande y una explicación sobre la pena
de muerte vigente en el país por posesión de drogas. Con cero tolerancias, el
poseedor de droga es fusilado o condenado a cadena perpetua con trabajos
forzados. Incluso en los hoteles, existen unas “Guías de la Ciudad”, y entre
otras cosas explica que la policía de Singapur garantiza la integridad física
de cualquier mujer durante 24 horas al día, pues anteriormente, en Singapur, se
vivía sin ley ni orden, y las mujeres solas eran violadas o asesinadas con frecuencia.
En el año 2010, sucedió un hecho
que demuestra que no solo son castigos ejemplares los que se aplican en
Singapur, sino que, los premios también son ejemplificadores. Una mujer fue
perseguida por la policía desde su casa hasta el trabajo, cuando llegó, la
policía le indico que se detuviera. Uno de los policías llegó a la ventanilla
de su coche y le dijo: “…Como usted sabe señora, estamos haciendo
una campaña de civismo en el tránsito. Los infractores reciben una multa y damos
bonificaciones a los que se conducen correctamente. Durante todo el trayecto la
señora no cometió ninguna infracción…”. El policía la felicitó y
entrego un cheque equivalente US$ 78 y pidió a la señora que firmara el recibo.
Otros datos estadísticos a
nivel macro, se pueden analizar en http://www.datosmacro.com/paises/comparar/argentina/singapur
Evidentemente, los cambios
se producen cuando existe la voluntad política para que ello suceda. Cualquier país
de Latinoamérica puede aspirar a una mejor calidad de vida, la pregunta es
¿Nuestros políticos desean una sociedad mejor?. Los Romanos nos legaron una
máxima jurídica que parecen haber olvidado muchos “Dura Lex, Sed Lex”.
“…Nuestra sociedad rehúye el
esfuerzo como el más horrendo de los espectros. Facilidad e inmediatez son las
únicas vías usadas, y los resultados, desgraciadamente, son bien visibles. La
que vemos a nuestro alrededor es una sociedad frágil, enferma, indefensa, en
profunda decadencia. Una civilización que cede a todas las tentaciones, excepto
a la del esfuerzo. Y, sin embargo, el esfuerzo es la esencia misma de nuestra
vida y de todas las criaturas. Sin esfuerzo no hay construcción. Sin
construcción, no hay sentido…”. Susanna Tamaro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario